lunes, 14 de julio de 2008

Omnia mecum porto

Omnia mecum porto *

Omnia mecum porto puede traducirse como “todo lo que tengo lo llevo conmigo”. Eso dijo el filósofo Bías a sus paisanos de Priene cuando se vieron amenazados por los persas de Ciro y decidieron huir con sus pertenencias a cuestas. Se sorprendieron al ver que él, en la retirada, no había decidido cargar con ninguna de sus cosas, o más bien al reconocer que sus palabras iban muy en serio: “toda mi riqueza consiste en mí mismo”. Dicho de otra manera: Bías consideraba que su mayor capital era su propia sabiduría.
Aunque en nuestros días aún puede verse por allí a algún filósofo autónomo, de ésos que cargan con su saber como único tesoro, los demás –tocados con la varita mágica de la tecnología–, filósofos o no, necesitamos llevar con nosotros –sin que un ejército enemigo nos amenace–, la computadora portátil, el reloj-calculadora, el walk-man, el celular, el bíper, la cámara de video, el control remoto de la puerta automática del garage, la agenda electrónica, el llavero que acciona la alarma del coche o la casa, e incluso alguna que otra cosa digna de la era jurásica, como una navaja suiza o unos anteojos para ver de cerca. Un Ortega y Gasset nacido un siglo después lo hubiera resumido de esta manera: yo soy yo más mis instrumentos y/o mis artefactos necesarios para enfrentar la vida y/o comunicarme con mis semejantes y/o mis adversarios y/o adversarias. Por lo tanto: yo soy yo más toda la tecnología que me permite tener relaciones con el mundo exterior.
Es más: ya ni siquiera es necesario “exponerse” a salir a la calle para “enfrentar la vida” con esos modernos adminículos: desde el hogar se puede hacer casi todo: ir al banco, pagar la colegiatura de la escuela, jugar ajedrez –ora contra un semejante de carne y hueso, ora contra un ente electrónico–, hacer el súper, apostar a las carreras de galgos en Idaho, reservar un lugar en el vuelo Toronto-Zacatecas, “platicar” a través de un chat con alguien que vive en Singapur, comprar acciones en la bolsa de Tegucigalpa o averiguar si el miércoles caerá un chaparrón en Bali. Sin salir de la casa se pueden adoptar hijos. Sin hablar con nadie se puede tener acceso a la secreta receta de los romeritos con abulón en salsa pasilla. Sin tener ni las menores ganas, “por pura vagancia”, cualquiera puede hacerle un pregunta “en vivo”, a través de un chat, a un premio Nobel, una actriz de moda o un tenista lituano.
Habría que reconocer que no somos miembros de un club capaz de admitir como socio a un filósofo griego, como Bías –que al fin murió en la defensa de su ciudad y de sus ideas. Hoy sólo necesitamos tener un procesador + una línea telefónica + un servidor para estar completos (¿hombres integros, integrales?). Lo demás es un poco de pompa, otro de circunstancia y otro más de voluntad para estar al día con las novedades: todo es cuestión de saberlas encontrar en la red y luego “bajarlas”.
Aunque el correo tradicional sigue existiendo, cada vez está más cerca de entrar al agujero negro de la obsolescencia, donde lo esperan las señales de humo, los heraldos griegos y la ouija. ¿Pasará algo semejante algún día, por ejemplo, con el teléfono alámbrico o el papel moneda? No es difícil responder: los satélites y las bandas magnéticas están ya imponiendo su conveniencia.
Si Bías, uno de los siete sabios de Grecia, hubiera tenido que huir hoy en día es probable que su frase, traducida a un latín del milenio siguiente, fuera un tanto distinta a la que soltó en Priene: omni@ mecum & internet porto: yo soy yo más la red que me ha atrapado entre sus cuerdas de dobleúes (www), arrobas, portales y puntos com. O mejor aún: no soy nada sin la fibra digital que teje mi contacto con el mundo, ese mismo mundo que percibo a través de una pantalla, con sus respectivos módems, cepeús, teclados, discos duros, memorias RAM, bocinas, cámaras de video, ratones, cd-roms, quemadores, scaners, cevedés, etcétera, etcétera, etcétera. Claro, más lo que se acumule semana a semana, y menos lo que de plano pase a ser pieza de museo.

* Escrito en febrero de 2001 y publicado en la revista Tecnología empresarial.

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